The Arabian Nights Entertainments. 1898. H.J. Ford |
“Shaqabaq,
mi sexto hermano, el del labio hendido, era el más pobre de todos
nosotros, pues era verdaderamente pobre. Y no hablo de aquellos cien
dracmas de la herencia de nuestro padre, porque Shaqabaq, que nunca
había visto tanto dinero junto, se gastó los cien dracmas en una noche,
acompañado de la gentuza más deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.
No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de
las limosnas de la gente que lo admitía en su casa por su divertida
conversación y por sus chistosas ocurrencias.
Un
día había salido Shaqabaq en busca de un poco de comida para su cuerpo
extenuado por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante
una magnífica casa, a la cual daba acceso un gran pórtico con varios
peldaños. Y en estos peldaños y a la entrada había un número
considerable de esclavos, sirvientes, oficiales y porteros.
Mi
hermano Shaqabaq se aproximó a los que allí estaban y les preguntó de
quién era tan maravilloso edificio. Y le contestaron: "Es propiedad de
un hombre que figura entre los hijos de los visires Barmakíes".
Después
se acercó a los porteros, que estaban sentados en un banco en el
peldaño más alto, y les pidió limosna en el nombre de Alah. Y le
respondieron: "¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes más que
presentarte a nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?"
Entonces mi hermano entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio
espacioso y un jardín poblado de árboles hermosísimos y de aves
cantoras.
Lo
rodeaba una galería calada con pavimento de mármol, y unos toldos le
daban frescura durante las horas de calor. Mi hermano siguió andando y
entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores verdes,
azules y dorados, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala
había una hermosa fuente de mármol, con un surtidor de agua fresca, que
caía con dulce murmullo.
Una
maravillosa estera de colores alfombraba la mitad del suelo, más alta
que la otra mitad, y reclinado en unos almohadones de seda con bordados
de oro se hallaba muy a gusto un venerable anciano de larga barba blanca
y de rostro iluminado por benévola sonrisa. Mi hermano se acercó, y
dijo al anciano de la hermosa barba: "¡Sea la paz contigo!" Y el
anciano, levantándose en seguida, contestó: "¡Y contigo la paz y la
misericordia de Alah con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh, tú!"
Y mi hermano respondió: "¡Oh, mi señor! sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el hambre y las privaciones".
Y
al oír estas palabras, exclamó el viejo príncipe Barmakí: "¡Por Alah!
¿Es posible que estando yo en esta ciudad se vea un ser humano en el
estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo
tolerar con paciencia!"
Y
mi hermano, levantando las dos manos al cielo, dijo: "¡Alah te otorgue
su bendición! ¡Benditos sean tus generadores!" Y el Barmakí repuso: "Es
de todo punto necesario que te quedes en esta casa para compartir mi
comida y gustar la sal en mi mesa". Y mi hermano dijo: "Gracias te doy,
¡oh, mi señor y dueño! Pues no podía estar más tiempo en ayunas, como no
me muriese de hambre".
Entonces
el viejo dio dos palmadas y ordenó a un esclavo que se presentó
inmediatamente: "¡Trae en seguida un jarro y la palangana de plata para
que nos lavemos las manos!"
Y dijo a mi hermano Shaqabaq: "¡Oh, huésped! Acércate y lávate las manos".
Y
al decir esto, el príncipe se levantó, y aunque el esclavo no había
vuelto, hizo ademán de echarse agua en las manos con un jarro invisible y
restregárselas como si tal agua cayese.
Al
ver esto, no supo qué pensar mi hermano Shaqabaq; pero como el viejo
insistía para que se acercase a su vez, supuso que era una broma y como
él tenía también fama de divertido, hizo ademán de lavarse las manos lo
mismo que el Barmakí. Entonces el anciano dijo: "¡Oh, vosotros! poned el
mantel y traed la comida, que este pobre hombre está rabiando de
hambre".
En
seguida acudieron numerosos servidores, que empezaron a ir y venir como
si pusieran el mantel y lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta
los bordes. Y Shaqabaq, aunque muy hambriento, pensó que los pobres
deben respetar los caprichos de los ricos, y se guardó mucho de
demostrar impaciencia alguna.
Entonces
el príncipe le dijo: "¡Oh huésped! siéntate a mi lado, y apresúrate a
hacer honor a mi mesa". Y mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel
imaginario, y el viejo empezó a fingir que tocaba a los platos y que se
llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si
realmente masticase algo. Y le decía a mi hermano: "¡Oh, huésped! mi
casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no tengas cortedad y come lo
que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan; cuán blanco y bien cocido.
¿Cómo encuentras este pan?"
Classic Comics nº8 Arabian Nights. Lilian Chesney. 1943 |
Shaqabaq
contestó: "Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi
vida he probado otro que se le parezca". El anciano dijo: "¡Ya lo creo!
La esclava negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La compré por
quinientos dinares de oro. Pero ¡oh huésped! Prueba de esta fuente en
que ves esa admirable pasta dorada con manteca, cocida al horno. Cree
que la cocinera no ha escatimado ni la carne bien machacada, ni el trigo
mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre
hambriento! y dime qué te parecen su sabor y su perfume".
Y
mi hermano respondió: "Esta pasta es deliciosa para mi paladar, y su
perfume me dilata el pecho. Cuanto a la manera de guisarla, he de
decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor". Y
hablando así, Shaqabaq empezó a mover las quijadas, a mascar y a tragar
como si lo hiciera realmente. Y el anciano dijo: "Así me gusta ¡oh
huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, porque entonces,
¿qué dirás de ese plato que está a tu izquierda, de esos maravillosos
pollos asados, rellenos de alfustaq (pistacho), almendras, arroz, pasas,
pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el aroma?"
Mi hermano exclamó: "¡Alah, Alah! ¡Cuán delicioso es su fragancia, qué
sabrosos están y qué relleno tan admirable!"
POLLO RELLENO DE CORDERO, ARROZ Y FRUTOS SECOS
1
pollo grande, 250 grs. de carne de cordero picada, 250 grs. de arroz,
30 grs. de pistachos, 30 grs. de piñones, 25 grs. de almendras, 25 grs.
de uvas pasas, 1 cebolla, 150 grs. de mantequilla, 1 dl. de aceite de oliva, 1 rama de canela, 1 limón, 1 naranja, pimienta y sal.
Lavar
y limpiar el pollo. Poner en una sartén la mantequilla y rehogar en
ella la cebolla. Agregar ½ rama de canela y salpimentar al gusto.
Añadir agua y seguidamente el arroz y deja cocer hasta el punto óptimo.
Colar y reservar.
Saltear
en otra sartén con aceite la carne de cordero picada, desmenuzándola
mientras se hace. Añadir los pistachos, los piñones, las almendras y las
uvas pasas con la otra ½ rama de canela y una tira de piel de limón y
de naranja. Rectificar de sal y mezclar con el arroz cocido colado.
Rellenar
el pollo con esta mezcla y coserlo con aguja e hilo. Pincelar con
mantequilla, y meter en el horno a 220º C durante 20 minutos. Tras este
tiempo, bajar la temperatura a 200º C y dejar aproximadamente 1 hora
hasta que se dore (a los 30 minutos dar la vuelta al pollo para que se
dore por ambos lados). Abrir el horno para regar el pollo con el caldo
que suelta para obtener un mejor dorado.
Y el anciano dijo: "En verdad eres muy indulgente y muy cortés para mi cocina.
Y
con mis propios dedos quiero darte a probar ese plato incomparable". Y
el Barmakí hizo ademán de preparar un pedazo tomado de un plato que
estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Shaqabaq, le
dijo: "Ten, prueba este bocado, ¡oh huésped! y dame tu opinión acerca de
este plato de berenjenas rellenas que nadan en apetitosa salsa". Mi
hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el
pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: "¡Por Alah!"¡Cuán exquisito y
cuán en su punto! Sólo en tu casa he probado tan excelentes berenjenas.
Todo está preparado con el arte de dedos expertos: la carne de cordero
picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez
moscada, el clavo, el jengibre, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y
tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada aroma".
BERENJENAS RELLENAS DE CORDERO
2
berenjenas grandes, 300 grs. de carne de cordero picada, 125 grs. de
garbanzos previamente cocidos, 50 grs. de piñones, 1 cebolla, 1 diente
de ajo, zumo de ½ limón, aceite de oliva, sal y pimienta negra, jengibre
fresco rallado, clavo, cardamomo, nuez moscada
Poner
a calentar el horno a 180º C. Cortar las berenjenas a la mitad
longitudinalmente y, con un cuchillo, hacer cortes profundos en la carne
sin romper la piel de la berenjena. Poner las cuatro mitades en una
bandeja de horno con la piel hacia abajo. Añadir un poco de sal a cada
mitad y un chorrito de aceite. Meter en el horno durante 30 minutos.
Reducir
a puré los garbanzos cocidos. Agregar el diente de ajo majado, el
jengibre fresco rallado al gusto y el zumo de ½ limón. Salpimentar y
reservar.
Picar
la cebolla muy fina y sofreír en una sartén durante 5 minutos. Mientras
se fríe, picar los piñones y añadirlos a la sartén con la cebolla y
rehogar 5 minutos más. Agregar la carne picada de cordero a la sartén
desmenuzándola mientras se hace. Rehogar unos 10 minutos hasta que la
carne esté hecha.
Sacar
las berenjenas del horno transcurridos los 30 minutos de horno.
Descarnar las berenjenas con una cuchara con cuidado de no romper la
piel. Picar la carne de las berenjenas y añadir a la sartén con la
cebolla y la carne picada. Agregar al gusto el cardamomo y el clavo
majados, la nuez moscada y el puré de garbanzos. Rehogar unos 5 minutos.
Rellenar las pieles de berenjena con la mezcla y meter al horno durante
10 minutos a 180ºC. Servir caliente.
El
anciano dijo: "Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu
excelente educación que te comerás las cuarenta y cuatro berenjenas
rellenas que hay en ese plato".
Shaqabaq
contestó: "Fácil ha de serme el hacerlo, pues están más sabrosas que el
pezón de mi nodriza y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos
de vírgenes". Y mi hermano fingió coger cada berenjena una tras otra,
haciendo como si las comiese, y meneando la cabeza y dando con la lengua
grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el
hambre y se habría contentado con un poco de pan seco, de habas, o de
trigo. Pero se guardó de decirlo.
Y
el anciano repuso: "¡Oh huésped! tu lenguaje es el de un hombre bien
educado, que sabe comer en compañía de los reyes y de los grandes. Come,
amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión".
Y
mi hermano dijo: "Creo que ya he comido bastante de estas cosas".
Entonces el viejo volvió a palmotear y dispuso: "¡Quitad este mantel y
poned el de los postres! ¡Vengan todos los dulces, la repostería y las
frutas más escogidas!" Y los esclavos empezaron otra vez a ir y venir, y
a mover las manos, y a levantar los brazos por encima de la cabeza, y a
cambiar un mantel por otro. Y después, a una seña del anciano, se
retiraron.
El
Barmakí dijo a Shaqabaq: "Llegó, ¡oh huésped! el momento de endulzarnos
el paladar. Empecemos por los pasteles. ¿No da gusto ver esa pasta
fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada, esa pasta
de qataïefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por mi vida! Prueba uno o
dos para convencerte. ¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien
salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin hartarse, pero
hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de
bronce cincelado. Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido
trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla antes de que se le
vaya el jarabe y se desmigaje. ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de
agua de rosas, salpicada con pistachos molidos; y esos tazones llenos de
natillas aromatizadas con agua de azahar.
KENAFA NABULSIYAH
500
grs. queso fresco (tipo Burgos), 300 grs. de mozzarella fresca, 500
grs. mantequilla derretida, 500 grs. de pasta kataifi, 200 grs. de
azúcar, 1 cucharada de agua de azahar y otra de rosas, ½ cucharada de
colorante alimentario, almíbar (600 grs. de azúcar, ½ l. de agua, zumo
de ½ limón) y 250 grs. de pistachos.
Cortar
el queso fresco y la mozzarella en tiras y dejarlos en sendos boles
toda la noche en remojo, cambiando el agua un par de veces. Escurrir
bien el queso fresco y la mozzarella y mezclarlos. El queso no debe
llevar agua porque estropearía la kenafa. Añadir 2 cucharadas de
azúcar, 1 cucharada de agua de azahar y otra de rosas. Remover bien la
mezcla.
Desmadejar
la pasta kataifi y poner en una batidora, dar un par de vueltas rápidas
para que se parta un poco la masa. Añadirle la mantequilla derretida
(que no esté caliente) y mezclar bien.
Engrasar
un molde de horno profundo con mantequilla a la que se ha añadido
previamente una cucharadita de colorante para dar un ligero color
tostado. Colocar en la bandeja ¾ partes de la pasta kataifi
distribuyéndola bien por todos lados, apretando ligeramente y rellenando
incluso las paredes de la bandeja de horno. Agregar la mezcla de los
quesos y distribuirla bien sobre la masa apretando ligeramente. Colocar
encima un papel secante para quitar bien los restos de agua de los
quesos. Colocar encima el resto de la pasta kataifi.
Preparar
el almíbar disolviendo en una cacerola el azúcar en el agua. Llevar a
ebullición y agregar el zumo del ½ limón. Reducir removiendo y, una vez
espeso el almíbar, reservar.
Horno precalentado a 220º C. Al meter la kenafa bajar a 100ºC
durante 30 min. Una vez sacada la kenafa, dejar reposar 10 minutos y
desmoldar sobre una bandeja dándole la vuelta al molde. Una vez
desmoldado, regar con el almíbar y decorar con los pistachos picados.
¡Come,
huésped, métele mano sin cortedad! ¡Así! ¡Muy bien!" Y el viejo daba
ejemplo a mi hermano, y se llevaba la mano a la boca con glotonería, y
fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano le imitaba
admirablemente, a pesar de que el hambre le hacía la boca agua.
El
anciano continuó: "¡Ahora, dulces y frutas! Y respecto a los dulces,
¡oh huésped! sólo lucharás con la dificultad de escoger. Delante de ti
tienes dulces secos y otros con almíbar. Te aconsejo que te dediques a
los secos, pues yo los prefiero, aunque los otros sean también muy
gratos. Mira esa transparente y rutilante confitura seca de albaricoque
tendida en anchas hojas. Y ese otro dulce seco de cidras con azúcar
cande perfumado con ámbar. Y el otro, redondo, formando bolas
sonrosadas, de pétalos de rosa y de flores de azahar. ¡Ese, sobre todo,
me va a costar la vida un día! Resérvate, resérvate, que has de probar
ese dulce de dátiles rellenos de clavo y almendra. Es de El Cairo, pues
en Bagdad no lo saben hacer así. Por eso he encargado a un amigo de
Egipto que me mande cien tarros llenos de esta delicia. Pero no comas
tan aprisa, pues por más que tu apetito me honre en extremo, quiero que
me des tu parecer sobre ese dulce de zanahorias con azúcar y nueces
perfumado con almizcle".
Y
Shaqabaq dijo: "¡Oh! ¡Este dulce es una cosa soñada! ¡Cómo adora sus
delicias mi paladar! Pero se me figura que tiene demasiado almizcle".
El
anciano Barmakí replicó: "¡Oh no, oh no! Yo no pienso que sea excesivo,
pues no puedo prescindir de ese perfume, como tampoco del ámbar. Y mis
cocineros y reposteros lo echan a chorros en todos mis pasteles y
dulces. El almizcle y el ámbar son los dos sostenes de mi corazón".
Y
el viejo prosiguió: "Pero no olvides estas frutas, pues supongo que
habrás dejado sitio para ellas. Ahí tienes limones, plátanos, higos,
dátiles frescos, manzanas, membrillos y muchas más. También hay nueces y
almendras frescas y avellanas. Come, ¡oh huésped! que Alah es
misericordioso".
BOMBONES DE FRUTAS SECAS
80
grs. de almendras, 100 grs. de dátiles, 100 grs. de higos secos, 100
grs. de azúcar glas, 2 cucharadas de agua de rosas, aceite de oliva y
canela molida.
Saltear
las almendras con un poco de aceite de oliva para realzar su sabor.
Majar todas las frutas secas, incluidas las almendras, y amasar hasta
conseguir una pasta homogénea. Añadir a la mezcla 50 grs. de azúcar
glas, una cucharadita de canela molida y el agua de rosas para compactar
la masa. Formar bombones redondos con la mezcla y espolvorear con el
resto del azúcar. Poner en canastillas de papel de bombón y servir.
Pero
mi hermano, que a fuerza de mascar en balde ya no podía mover las
mandíbulas, y cuyo estómago estaba cada vez más excitado por el
incesante recuerdo de tanta cosa buena, dijo:
"¡Oh
señor! He de confesar que estoy ahíto, y que ni un bocado me podría
entrar por la garganta". El anciano replicó: "¡Es admirable que te hayas
hartado tan pronto! Pero ahora vamos a beber, que aun no hemos bebido".
Entonces
el viejo palmoteó, y acudieron los esclavos con las mangas levantadas y
los ropones cuidadosamente recogidos, y fingieron llevárselo todo y
poner después en el mantel dos copas y frascos, alcarrazas y tarros
magníficos. Y el anciano hizo como si echara vino en las copas, y cogió
una copa imaginaria y se la presentó a mi hermano, que la aceptó con
gratitud, y después de llevársela a la boca dijo: "¡Por Alah! ¡Qué vino
tan delicioso! E hizo ademán de acariciarse placenteramente el estómago.
Y el anciano fingió coger un frasco grande de vino añejo y verterlo
delicadamente en la copa, que mi hermano se bebió de nuevo. Y siguieron
haciendo lo mismo, hasta que mi hermano hizo como si se viera dominado
por los vapores del vino, y empezó a menear la cabeza y a decir palabras
atrevidas. Y pensaba: "Llegó la hora de que pague este viejo todos los
suplicios que me ha hecho pasar".
Y
como si estuviera completamente borracho, levantó el brazo derecho y
descargó tan violento golpe en el cogote del anciano, que resonó en toda
la sala. Y alzó de nuevo el brazo, y le dio el segundo golpe más recio
todavía. Entonces el anciano exclamó: "¿Qué haces, ¡oh tú el más vil
entre los hombres!"
Mi
hermano Shaqabaq respondió: "¡Oh dueño mío y corona de mi cabeza! soy
tu esclavo sumiso, aquel a quien has colmado de dones, acogiéndole en tu
mansión y alimentándole en tu mesa con los manjares más exquisitos,
como no los probaron ni los reyes. Soy aquel a quien has endulzado con
las confituras, compotas y pasteles más ricos, acabando por saciar su
sed con los vinos más deliciosos. Pero bebí tanto, que he perdido el
seso. ¡Disculpa, pues, a tu esclavo, que levantó la mano contra su
bienhechor! ¡Disculpa, ya que tu alma es más elevada que la mía, y
perdona mi locura!"
Entonces
el anciano, lejos de encolerizarse, se echó a reír a carcajadas, y
acabó por decir: "Mucho tiempo he estado buscando por todo el mundo,
entre las personas con más fama de bromistas y divertidas, un hombre de
tu ingenio, de tu carácter y de tu paciencia. Y nadie ha sabido sacar
tanto partido como tú de mis chanzas y juegos. Hasta ahora has sido el
único que ha sabido amoldarse a mi humor y a mis caprichos, conllevando
la broma y correspondiendo con ingenio a ella. De modo que no sólo te
perdono este final, sino que quiero que me acompañes a la mesa, que está
realmente cubierta de manjares, dulces y frutas enumerados. Y en
adelante, ya no me separaré jamás de ti".
Y dio orden a sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó puntualmente.
Después
que comieron los manjares y se endulzaron con pasteles, confituras y
frutas, el anciano invitó a Shaqabaq a pasar con él al segundo comedor,
reservado especialmente a las bebidas. Y al entrar fueron recibidos al
son de armoniosos instrumentos y con canciones de las esclavas blancas,
deliciosas jóvenes más hermosas que lunas. Y mientras el viejo y mi
hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las cantoras de entonar
admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas
rápidas. Y este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos
que soñados.
Pero
el Barmakí tomó tal afecto a mi hermano, que fue su amigo íntimo y su
compañero inseparable, demostrándole un inmenso cariño, y le obsequiaba
cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer, beber y vivir
deliciosamente durante veinte años más…"
1001 Noches. Sani ol-Molk. Irán (1853) |
Simplificando, el punto de partida de tan inmenso libro, el primer relato, el que engloba a todos los demás surge del descubrimiento por parte del sultán Shahriar de la traición de su esposa. Tras matarla, y creyendo que todas las mujeres son igual de infieles, ordena a su visir conseguirle una esposa cada día, alguna hija de sus cortesanos que, debido a la locura del amor herido, ordenaría matar por la mañana. Tan trágico destino es hábilmente evitado por Sheherezade, la propia hija del visir. Nuestra protagonista trama un plan y se ofrece como esposa del sultán. La primera noche logra sorprender al sultán contándole un cuento. El sultán se entusiasma con la historia, pero la muchacha interrumpe el relato antes del alba y promete el final para la noche siguiente. Así, durante mil noches en las que se siguen cuentos, retazos de la vida cotidiana del Oriente Medio de los siglos IX al XIV historias
Harun al-Rashid en el hammam. Khamsa de Nizami. 1494 |
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