Eadwine, el escriba. Cambridge, Trinity College, 1160. |
Hacia el
año 563 d.C. el monje Colm Cille (en latín Columba, literalmente paloma de la iglesia), abad de
Doire (Derry, Irlanda del Norte), abandonó Irlanda acompañado por doce
discípulos para llegar a la costa oeste de Caledonia, la futura Escocia, para
convertir a la fe cristiana a las gentes paganas que poblaban la región. En el
siglo VI d.C. la mayor parte de Irlanda (Ériu) estaba bajo influencia
cristiana. Cuando Maewyn (más conocido por San Patricio) llegó a Irlanda
procedente de las costas caledonias, cien años antes del viaje de Colm Cille,
encontró ya entonces en el sur de la isla algunos asentamientos de fieles
cristianos, sin duda oriundos del oeste de Britannia, donde la actividad
monástica ya era importante. No hay que olvidar que Maewyn (387- 461) era hijo
de un oficial romano de fe cristiana, religión oficial del Imperio Romano
prácticamente desde que Constantino I la legalizara en el Edicto de Milán en el
año 313.
Colm Cille
procedía de familia noble y era descendiente del gran rey Niall por parte de
padre y familiar de la casa real de Laighin (Leinster, provincia oriental de
Irlanda) por parte de madre. Destinado desde la más tierna infancia al
sacerdocio, hacia el 544, partió hacia Doire donde funda el primero de los
numerosos monasterios que fundaría durante su vida. En el 561 un hecho
cambiaría su existencia. Apasionado de los manuscritos sagrados, se puso a
copiar en secreto durante las noches un raro y precioso ejemplar del salterio
de San Finnian de Maghbil sin su permiso. Cogido con las manos en la masa, se
negó a devolver el libro al autor y fue juzgado por el rey supremo Dermot de
Tara que se puso de lado de Finnian, histórico precedente de un pleito por
derechos de autor. Colm Cille quedó indignado por el veredicto real sentenciado
con la famosa frase “A cada vaca su ternero, a cada libro su copia”.
Y comenzó
la guerra. Colm Cille reunió a los hombres del Ulster (provincia nororiental de
Irlanda) y de Connaught (provincia occidental irlandesa), dándose lugar a la
batalla de Cul Dreimhne donde sus hombres, enarbolando el salterio de la
disputa, se alzaron con la victoria. Allí cayeron cerca de 3000 irlandeses.
Colm Cille juró que convertiría al cristianismo tantas almas como las que se
habían perdido en la batalla y en mayo del 563 se hizo a la mar con sus discípulos,
ofreciéndose a Dios en martirio blanco (exilio) jurando que no volvería jamás
a Irlanda. Así evangelizaría en los años siguientes las poblaciones paganas de
Caledonia occidental y algunas del inhóspito interior de Britannia.
Cristo entronizado. Libro de Kells. 800 d.C. Trinity College, Dublin |
En el 564
se instala en la isla de Iona, en las Hébridas, lugar sagrado para los paganos
desde tiempos inmemoriales y tumba de los reyes de Dál Riata, reino de la tribu
gaélica de los Scoti. Allí fundará nuestro protagonista su monasterio
principal. Se conformó allí una pequeña aldea, rodeada por un rudimentario muro
circular, en la cual los monjes convivían en doce minúsculas celdas de madera y
tierra prensada. En el centro, una celda algo mayor era ocupada por el abad.
Todos los monasterios de esta orden irlandesa siguieron el mismo esquema, con
iglesias pequeñas y oscuras ubicadas en una posición central. Estos centros de
ascetismo se construían con materiales muy pobres, piedras toscas y un
entramado de ramas y cañas. Sin embargo, pese a tan aparente pobreza, en estos
monasterios se desarrolló un maravilloso arte ornamental, fundamentalmente
orfebrería e iluminación de manuscritos, magníficos ejemplares del arte
medieval de raíces celtas.
Abadía de Iona |
La
importancia de Colm Cille (conocido desde entonces como Columba de Iona) deviene del importante papel político que jugó,
acompañado del no menos conocido rol religioso. La batalla de Cul Dreimhne
quebró tanto el poder del rey supremo que la importancia política de la época
pasó de Tara a Oye Neil, en el norte, zona de influencia de Colm Cille. Allí,
se le pedirá participar en la elección del heredero al trono, convirtiéndose
con el tiempo en mediador entre los gobernantes escoceses e irlandeses en
cuestiones de autoridad legal y de impuestos. Hombre santo, guerrero y diestro
hombre de Estado, Colm Cille fue uno de personajes más pintorescos,
emprendedores y atrevidos de la antigua historia de Irlanda.
La vida de
aquellos monjes se caracterizaba, normalmente, por una abstinencia casi total
de los placeres de la vida en general, y de la carne en particular. Las
severísimas reglas que determinaban el empleo del tiempo y las leyes de todos
los monasterios obligaban a los hermanos a llevar una vida austera y a
contentarse con lo mínimo. Entre ellos destaca el famoso monasterio de
Glendalough fundado en el siglo VII por San Kevin. Según la leyenda, habiendo oído hablar de la
santidad de Kevin, el rey O'Toole de Glendalough envió una embajada a
preguntarle cómo podría fortalecer a su ganso doméstico que había envejecido y
se había debilitado tanto que era incapaz de volar. Kevin pidió en pago por su
respuesta aquella tierra por la que el ganso volase. Como el ganso no podría
tomar mucho vuelo, O'Toole aceptó. Cuando Kevin tocó al pájaro, este
rejuveneció y voló sobre el valle entero, que más tarde fue utilizado para
establecer el monasterio de Glendalough.
S. Kevin. Topographia Hibernica, c.1220, British Library. Londres. |
Aunque la
Iglesia pedía a sus fieles ayunar para purificar sus pecadoras almas, teniendo
en cuenta la voluntad y la capacidad de cada uno, los religiosos estaban
obligados a respetar todas las jornadas de ayuno del calendario. Los frailes,
más o menos a mitad de su jornada, no tomaban más que una comida compuesta por
legumbres cocidas. Algunas veces podían disfrutar al atardecer de una colación
suplementaria. La ración cotidiana servida en el refectorio se componía de pan,
huevos, cereales, legumbres y verduras cocidas. Contadas veces añadían algo de
pescado, de marisco, de leche, de carne de buey, de carnero o de ciervo.
La cocina de S.Kevin, Glendalough, Irlanda |
Según
parece, y esto es bastante llamativo, los monjes irlandeses se dedicaban
también a la crianza de focas, de las que no sólo aprovechaban sus nutritivas
carnes sino también usaban sus pieles para ropajes y calzados. Sin embargo, la
mayor parte del tiempo, aquellos frailes no tenían la más mínima oportunidad de
degustar platos de pescado y muchísimo menos de carne. En general, debían
limitar su alimentación a platos humildes, como el vulgar pan de cebada en
lugar del pan blanco que comían los señores. El pan se cocía en una especie de
horno cónico en arcilla. Los días de Cuaresma se privaban incluso de su frugal comida
del atardecer. La historia popular cuenta que Colm Cille se nutrió de legumbres
hervidas y de pan durante toda su vida.
PAN DE
CEBADA GAÉLICO
300 grs. de
harina de cebada, 150 grs. de harina integral de trigo, 35 cl. de leche
cuajada, sal y bicarbonato sódico.
Precalentar
el horno a 200º C. Engrasar y enharinar una bandeja de horno. Mezclar las dos
harinas, 2 cucharaditas de bicarbonato y una cuharadita de sal. Añadir la
cuajada y amasar hasta obtener una pasta blanda que no se pegue a las manos.
Formar una pieza de pan redonda de unos 5 cm. de alto. Marcar una X sobre el
pan. Hornear unos 35 minutos y verificar pinchando con un cuchillo que el centro
está hecho.
POTAJE DE
VERDURAS CON PAN GAÉLICO
2 puerros,
2 nabos, 1 col, 1L. de agua, 6 rebanadas de pan de cebada gaélico, 1 ramillete
de hierbas (a base de hojas de laurel, tomillo, romero, ajedrea, estragón y
albahaca), mantequilla, sal y pimienta.
Limpiar y
lavar los puerros y cortarlo en rodajas. Pelar los puerros y cortarlos en
dados. Retirar el corazón de la col y picar el resto. Calentar la mantequilla
en una cazuela y agregar los puerros. Cuando los puerros estén blandos, añadir
los nabos, la col, el ramillete de hierbas y el agua. Salpimentar y llevar a
ebullición. Bajar el fuego, tapar la cazuela y dejar cocer a fuego lento unos
40 minutos hasta que las verduras queden tiernas. Tostar las rebanadas de pan y
servirlas en la sopa. Servir muy caliente.
Cementerio del monasterio de Glendalough |
Los monjes
consagraban el tiempo a orar, a comunicarse con la divinidad, a practicar la
caridad, a participar en actividades pastorales y a estudiar. En el monasterio
de Iona, realizaban además trabajos indispensables para su supervivencia.
Extramuros, cultivaban sus cereales, generalmente cebada y avena. Unos hermanos
trabajaban en la herrería, otros producían recipientes de cristal y de madera,
otros se dedicaban al calzado. Igualmente dedicaban largas horas del día a la
escritura y a la copia de libros sagrados. La jornada monacal se desarrollaba
en el silencio más absoluto. A los frailes se les tenía prohibido hablar
durante la comida y, si necesitaban preguntar cualquier cosa, no podían hacerlo
a no ser que lo hicieran por señas. Los hermanos menores leían párrafos de
textos sagrados en voz alta, a fin de apartar a los monjes de toda necesidad
física y de acercarlos aun más a cuestiones espirituales.
Simbolos de los cuatro evangelistas. Libro de Kells. Trinity College, Dublin. |
En la
Irlanda de aquella época (y en la mayoría de los restantes países europeos) la
comida se cocinaba en grandes peroles suspendidos de la chimenea por gruesas
cadenas. En ellos bullían distintos tipos de legumbres y, pocas veces, un trozo
de carne o una buena pieza de pescado que se dejaban cocer a fuego lento
durante horas. De hecho, este tipo de estofados serían los predecesores del
futuro stobhach gaelach o estofado irlandés (irish stew), sin patata por
supuesto, pues la patata llegó a Irlanda a finales del Sg. XVI.
STOBHACH
GAELACH
8 costillas
de cordero, 100 grs. de panceta, 1 cucharada de grasa para freír, 3 zanahorias,
3 cebollas, 400 ml. de caldo de carne, tomillo, pimienta y sal.
Trocear la
panceta y sofreír en la grasa. Retirar. Preparar las costillas retirándole el
exceso de grasa y freír las costillas por ambos lados. Retirar. En la misma
grasa, sofreír la mitad de las zanahorias y las cebollas cortadas en rodajas.
Sazonar con la pimienta y añadir la panceta, las costillas, el resto de
verduras y agregar el caldo y el tomillo. Tapar y llevar a ebullición a fuego
lento durante 1 hora. Revisar hasta que las costillas estén tiernas. Servir muy
caliente.
Torre del monasterio de Glendalough |
La miel era
el principal edulcorante de aquel tiempo. Los monjes, excelentes apicultores,
preparaban la cera para sus velas obteniéndola de las colmenas que mantenían.
Los cirios de las iglesias se componían de cera de abeja de la mejor calidad,
atribuyéndose a tales himenópteros un fin y una virtud sagrada. Derivado de la
miel tenían hidromiel, bebida alcohólica habitual en el norte europeo, anterior
incluso a la cerveza o al apreciado uiscebeatha, el famoso whiskey. La hidromiel, una bebida fermentada hecha con miel y agua, es quizás una de las
más antiguas, posiblemente anterior al vino y probablemente precursora de la
cerveza. La hidromiel, cuya graduación alcohólica oscila entre los 12º y los
14º, siendo ésta producida por los azúcares naturales de la miel, tuvo un uso bastante difundido entre los
pueblos antiguos. En Europa fue asiduamente consumida desde la Edad del Bronce
y apreciada por griegos (lo llamaban melikraton), tribus celtas, sajones y los
fieros hombres del norte (estos creían que, al morir en batalla, las valkirias los
llevarían al Valhalla donde los recibirían con hidromiel). Según Plinio en su Naturalis Historia, la primera receta
para la fabricación del hidromiel fue dada por Aristeo, Rey de Arcadia. Lucio
Junio Moderato, alias Columela,
escritor gaditano de comienzos de nuestra era, menciona en su obra De Re Rustica numerosas recetas
habituales en los hogares romanos donde se denominaba aqua mulsa.
HIDROMIEL
400 grs. de
miel de buena calidad, 1 L. de agua hervida fría y levadura seca o fermento
para hacer pan.
Añadir al
agua hervida fría la miel, remover para homogeneizar la mezcla. En su
elaboración deben emplearse las mieles más dulces, más aromáticas y de color
más claro para que el producto obtenido tenga un atractivo color ámbar pálido y
presente un excelente aroma. Agregar una cucharadita de levadura o de fermento
a la solución de miel. Verter con un embudo en un envase de vidrio, tipo
botella, de un volumen adecuado a la cantidad deseada. Dejar reposar. El
periodo de reposo es de generalmente siete días a una temperatura ambiente
constante de 30º C. Se producirá una abundante espuma producida por la
fermentación que incluso se desbordará por la boca del recipiente. Cerrar el
envase de forma hermética mientras continúa la fermentación. Tras un par de
meses de fermentación se obtiene una especie de mosto espumoso. Una vez abierto,
es recomendable decantar cuidadosamente el líquido. Para obtener hidromiel
más potente en sabor y aromas es preferible madurar en un barril de roble
durante unos dos años.
Ritual irlandés de coronación. Topographia Hibernica. c.1220, British Library. Londres |
Este
ascetismo, esa manera de vivir en condiciones extremas, ese rígido compromiso
espiritual que alimentaba las almas de tan desnutridos y afanados monjes
siempre rodeará de un aura de mitológico misterio la tierra hiperbórea de Ériu.
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